jueves, 24 de noviembre de 2011

Jueves, 24 de noviembre, 2011 REPORTE INICIADO A LAS 9:25 AM

En el principio érase el nin, “espíritu bajo disciplina,” y de ahí surgió el Sennin, el  “maestro-sabio del nin,” el maestro-estratega, el sabio-iluminado de la Quinta Dimensión. 

Ubicación: Centro de Comando y Control del Plexo.
Estado Anímico: Visionario, introspectivo, decidido – la orca a punto de entrar en las profundidades del océano del ‘YO’. 
Estado Físico: Dolorido, necesitado de un buen estiramiento.
Estado Cognitivo: Introspectivo.
                                                                                        
El Ojo del Águila, el Espíritu del Carcayú: La mañana “es”, y es fría y quieta, tranquila. Se siente día festivo a pesar de que en México no se supone que se celebre el día de Acción de Gracias (Thanksgiving), pero estando en la frontera, por la proximidad a los EE.UU. y por influencia cultural y vínculos familiares, muchos sí lo celebran.

La mayoría de las personas toman café al despertar, yo un producto combinado de creatina y oxido nítrico; es como mi “primer” desayuno. El segundo es una malteada combinación de un sustituto alimenticio y de un producto proteínico puro, de la misma marca que el potingue de creatina. La nutrición extrema es necesaria para un rendimiento extremo. El propósito de comer es alimentar el cuerpo, proporcionarle las entradas necesarias para que cumpla con las exigencias de la mente; lo demás es “vicio”, “consentimiento”, placer – nada inherentemente malo pero sí superfluo. Me acuerdo de la Matrix, de la escena en el comedor. Me acuerdo también de que hace muchos años, cuando era muy niño y se promovía la comida de astronauta (unos bizcochos nutritivos en forma de colines), me preguntaba que si había comida para perro y gato perfectamente equilibrada por qué no había comida para seres humanos igual, así no tenía que esperar a que mi madre calentara la comida para prepararla y luego espera a que se enfriara para poder comerla. Eso de esperar no era lo mío – me indignaba la idea de tener que esperar por algo que iba a acabar masticando y tragando: la comida era mi “inferior” entonces por qué rayos tenía que ‘yo’ esperarle a ‘ella’.  Era un muchacho muy peculiar, sin duda; para muchos sigo siéndolo.

Esta mañana tuve un sueño, una visión más bien, una transmisión imaginoceptiva del ‘YO’, que me resultaba extraña al principio. Había una pradera en un bosque con una masa de agua en medio, como un rio casi completamente estancado o como un lago pequeño; la masa enorme de agua se estancaba a ambos lados de un dique compuesto de troncos y ramas de árboles. Ahora que lo pienso, que interesante que había agua a ‘ambos’ lados del dique, pero no obstante era obvio que a la derecha del dique había mucha más agua que presionaba para romper la barrera y de alguna forma continuar con su cauce “original”. Desde un punto no identificado pero elevado – quizás flotando en el aire – yo observaba como un ermitaño de mediana edad, blanco de raza, de estatura media-alta, robusto, fuerte, algo panzón y de largos cabellos negros y amplia barba del mismo color, se acercaba desde la parte inferior de mi campo visual, es decir, le veía las espaldas, se acercaba vestido – pantalones color café, camisa de algodón blanca y tirantes oscuros – para introducirse al estanque que yo supe quedaba ocasionado por el dique de unos castores. El hombre de hecho, sentí,
supe”, era uno de los castores, y era también las aguas, y era también el dique mismo: era la personificación de todos los elementos de la escena a modo de un espíritu del bosque que en esos momentos adoptaba forma antropomorfa para actuar, para ejercer una voluntad precisa sobre la escena, sobre el ‘sistema’, y ocasionar una acción, un propósito que no podría lograrse por las interacciones ‘naturales’ de las partes que la constituían.  

Al introducirse en las aguas turbias, aguas que de algún modo yo supe estar frías, el hombre nadaba libremente, cómodamente; nadaba con propósito y con decisión. A su alrededor al menos un castor se desenvolvía debajo del agua curioseando, y durante mi observación supe que él y el castor eran una misma cosa, al igual que él y el dique, y él y las aguas, y él y el prado entero, y él y yo. El hombre actuaba con una decisión como si pensara – y yo sabía sus pensamientos – que “ya es hora”; y así fue que comenzó a deshacer el dique, removiendo pedazos de madera, troncos y ramas, hasta que las aguas fluyeron del mismo retornando así el río su cauce regular, normal.

Por un instante, y conforme vi una masa enorme de agua acumular ímpetu, me pregunté que qué iría a pasar con tanta agua corriente abajo, pero pronto mi inquietud se desvaneció al igual que el hombre mismo después de apartarse de la creciente catarata de agua que desbordaba la barrera que rápidamente se desmoronaba con la creciente velocidad y fuerza del fluyo del liquido. Era una inquietud sin fundamento, sin razón de ser: las aguas siempre estuvieron intencionadas a fluir; su contención, al igual que ahora su liberación, respondían a una gran inteligencia, la inteligencia nata del “bosque” entero.

Me desperté en esos momentos en los cuales el hombre y los castores se desvanecían por un lado y por otro  la escena quedaba dominada por el rugiente estruendo del flujo de las aguas disminuyentes de los restos del dique. La sensación que permanecía en mi incluso después de despertar es que las aguas se habían acumulado con un propósito durante mucho tiempo y que ahora tocaba, por ese mismo propósito, dejarlas que fluyeran y arrasaran.

Hace treinta años casi a la fecha que inicié el proyecto que ahora conozco como VIPERS. Sus orígenes estuvieron en Ottawa, en el Consejo Nacional de Investigación del Canadá (Canadian National Research Counsel); el proyecto inicial se llamaba “Logic Data Diagram Simulator”, y consistía en la creación de un lenguaje de programación, entonces innovador y equipado con la integración de componentes graficas, de acuerdo al diseño original de mi padre. Se trataba de un sistema que pudiera hacer simulacros gráficos del diseño y de la ejecución de sistemas de procesamiento de data.

El diseño de mi padre no funcionó; eso es como decir que el puente de un arquitecto se colapsa, o que el circuito de un ingeniero electrónico no funciona. Repase todos los pasos de mi programación del diseñó con mi padre y concluimos que la programación estaba acertada – el sistema era defectuoso desde el diseño mismo.

No puedo comunicar, expresar como se sentía tener 18 años de edad y ser admitido al Consejo Nacional de Investigación del Canadá para trabajar en un proyecto de investigación y desarrollo, que me dieran el permiso a hacer uso de sus instalaciones como joven científico. Era para mí un punto cumbre en mi vida; apenas saliendo de mi mediana adolescencia, aunque ya casado y con una hija en camino por cierto. Para mí era un reconocimiento tremendo de mi potencial – no, “actual” – como “chico genio”, como “niño prodigio”. Ahora, frente a lo que supondría un fracaso profesional y personal para mi padre no había medias medidas. Mi padre tenía docenas de inventos patentados en tres países, pero este proyecto era de los primeros y más importantes de su cosecha. Le dije, quizás sin tener en cuenta su orgullo o autoestima, “Dejemos el diseño; dime en palabras lo que quieres que haga el programa y yo lo sabré programar.”

Así fue. Mi padre tenía dos maestrías, una como ingeniero electrónico, otro en informática y había sido profesor universitario y analista de sistemas. Por otra parte la programación de computadores – las ciencias de la informática – era algo bastante nueva para mi, llevaba menos de un año trabajando para mi padre como programador y estudiando cursos en la Universidad de Ottawa, pero no importaba: la novedad me vino como algo “natural” – combinación de otras varias pasiones pasadas, como el ajedrez, la ecología, las matemáticas, la física, y quien sabe que más... El punto es que con una explicación verbal suya lo logré arreglar y así fue que la primera versión de muchas cobró existencia bajo el halito vital de mi talento para la implementación de sistemas.

Más tarde, una vez captada la esencia de la idea, rediseñaría el sistema varias veces – incluso una de ellas como consecuencia de un sabotaje por los envidiosos del laboratorio y mientras que tenía un grupo de ejecutivos de una multinacional esperando una presentación, pero eso es tema para otro día. Logré elevar el concepto de un simulador de diseños a un lenguaje-simulador de los mismos: Logic-Data Diagram Language – LOGDIAL – para abreviar. Comenzaba así también mi carrera como creador de anagramas.

Una madrugada a mis 19 años de edad, trabajando en el Consejo Nacional y viendo el sol amanecer tuve una epifanía. Trabajaba siempre de noche, de seis de la tarde a seis o siete de la mañana para poder tener el laboratorio para mí solo y poder hacer uso de varias terminales a la vez y no tener que lidiar con nadie a mi alrededor. La programación es un trabajo ensimismante, introspectivo, alienante, solitario, asocial. Uno precisa de tener todas sus facultades mentales, sus sentidos, sus emociones en sintonía con su espacio interior que se llena por completo con los detalles de los procesos que va creando en su mente y que va recreando en la memoria activa del instrumento de su creatividad: la computadora. Algún día, me dije hace décadas, escribiré “Zen y el Arte de la Programación” o “El Tao del Programador” o las dos cosas.  

Estaba imprimiendo una copia reciente de mis programas antes de irme a casa ya que siempre dejaba errores en los mismos (idea que tomé de Leonardo Da Vinci) para despistar a los metiches envidiosos del laboratorio que siempre andaban husmeando en mis programas tratando de hallar los secretos de mi “magia”. Viendo el sol arrojar sus primeros rayos sobre el aún horizonte rupestre que en aquellos tiempos era el paisaje canadiense incluso alrededor de la capital, me sucedió. Supe, con la metodología que estaba desarrollando, creando, con la energía del poder de mi voluntad y con de la voluntad de mi poder, que había descubierto algo increíble, un poder-conocimiento que me daba las claves para entender o crear cualquier sistema – biológico o artificial (luego lo reconocería como el “paradigma MAMBA”). Me sentía poderoso sin medida, como un superhéroe que acababa de descubrir, desentumecer, o engendrar una nueva capacidad mental, inconcebible e inexplicable. Era – es – como una energía combinada con una perspectiva, un método, una confianza que juntos creaban un poder insólito, ilimitado. Pero sabía que no tenía la madurez para ir a la fuente de ese poder y explotarlo al máximo; carecía del conocimiento científico, de la madurez mental para no ‘perderme’ – léase ‘fundirme neurológicamente’ – tratando de dominarlo, de explorarlo. He usado de ese poder, lo he cultivado, investigado, fomentado, pero no he llegado hasta su centro para indagar en sus últimas consecuencias, para terminar el proyecto que comencé y que he ido mejorando, superando, rediseñando, aumentando todos estos años mientras que aplicaba su misma energía y poder germinal – como el que emplea energía nuclear para abastecer una ciudad pero no se mete al reactor para explorar la reacción misma.

Después de casi treinta años es hora de abrir el dique. ¡Que sea lo que “los dioses” quieran!

El ojo que se ve
El filo que se corta
No preciso escudo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario