El Diario de un Sennin, Volumen III – 2013: Misma
Singularidad, Nuevos Horizontes.
REPORTE MATUTINO
En el principio érase el nin, “espíritu bajo disciplina,” y de ahí
surgió el Sennin, el “maestro-sabio del nin,” el maestro-estratega,
el sabio-iluminado de la Quinta Dimensión.
Ubicación: Recamara personal
Estado
Anímico: Relativamente inspirado.
Estado
Físico: Algo
cansado y levemente adolorido.
Estado
Cognitivo: Lúcido.
El Ojo del
Águila, el Espíritu del Carcayú: Me
viene a la mente la cita de Einstein cuando dijo, algo así como “Solamente dos
cosas son infinitas, el universo y la estupidez humana, y no estoy seguro de la
primera.” Bueno, de la segunda no cabe duda. ¿Pero en que consiste
FUNDAMENTALMENTE esa estupidez humana? Responderé a esa pregunta hoy.
El
tema en general me recuerda a cuando era chaval y leía las enseñanzas del Buda,
de Confucio, de Lao Tzu, por nombrar así tres de los maestros más destacados, y
no lograba a veces descifrar su significado. Una cita en particular me viene a
la mente de Lao Tzu: “Mis palabras son fáciles de entender y fáciles de aplicar
pero pocos las comprenden y menos aún las aplican”. Pues la verdad es que eso
del “Tao que es el verdadero Tao no puede nombrarse…” no era de lo más fácil de
entender. (Ahora me encuentro diciendo lo mismo: la Verdad que es el Gran
Entendimiento no puede describirse, hay que vivirla…) Aun entonces podría intuir
la frustración subyacente en las expresiones de tantos y tantos eruditos con
respecto a la necedad humana. Digo que antes intuía su frustración, ahora la
comparto ya que a veces me agobia de una forma tan palpable que entiendo perfectamente
por qué Lao Tzu simplemente optó por desaparecer de la escena humana por
completo. Según el mito el guardián de la frontera, reconociendo quien era él,
le hizo escribir sus enseñanzas “El Tao de Jing” antes de darle permiso para
salir. La tentación de mandar a esta bola de ignorantes soberbios al carajo es
fuerte. El Buda, una vez iluminado y habiendo vencido al demonio Mara en su
misión de encontrar la solución al sufrimiento humano, también se propuso lo
mismo: o sea, hacer acto de ausencia en el plano social. Mara, reconociendo su
fracaso en impedir al Buda su iluminación, finalmente jugó la carta de la
necedad humana, diciéndole al Buda: “Mira tío, ahora que tienes todo este
conocimiento, ¿por qué no vuelves al palacio de tu padre y te retiras del mundo
porque ya sabes lo ignorante, lo soberbia y lo apática que es la gente? Nadie
te va a hacer caso. ¿Para qué amargarte la vida lidiando con necios? La gente
no quiere aprender, no quiere mejorar, solamente quieren pasárselo bien.” A lo
que el Buda pensó, “¡Hostias! ¡Tiene razón el menda! ¡La gente es bien
ignorante, soberbia y apática! ¿Y ahora qué hago?” Pero se cuenta que entonces
el Buda se fijó de pronto en un estanque que tenía delante donde había
numerosas plantas de loto. Algunas de las plantas habían florecido por debajo
del agua así que morirían, no había esperanza; otras ya habían sobresalido, esas
sobrevivirían sin problema alguno; y otras estaban al ras del agua misma, su
supervivencia aún por determinar. La mente-cerebro del Buda infundio en las
imágenes un valor alegórico y relacionó a las flores con los diferentes tipos
de seres humanos: unos perdidos, otras ya resueltos, y algunos indecisos. Mucha
gente no tiene esperanza; su ignorancia, soberbia y apatía es tan extensa, está
tan arraigada, que la solución a su problema se resolverá solamente con el
“polvo al polvo” – o sea, cuando estiren la pata. Otros, muy, muy pocos, están ya
a salvo; no precisan de la ayuda de nadie. (Ejemplos actuales son el
astrofísico afroamericano Neil deGrasse Tyson, a quien espero conocer algún
día, o el biólogo Richard Dawkins, etc., que dan discursos internacionales
sobre la peligrosa necedad de la creencia en Dios y el efecto deletéreo que esa
creencia tiene en la sociedad humana.) Bueno, total que el Buda ve a las flores
de loto que están al ras del agua, luchando para sobrevivir como una
representación de los seres humanos, los pocos, los muy pocos, los poquísimos,
que luchan para superar su estado de necedad inherente con el propósito de
lograr superar el sufrimiento existencial que padecen. “¡Esos!”, exclamó el
Buda, con ese “momento eureka” y se lanzó a un ministerio de enseñanza que duró
más de cuarenta años. Confucio, por otro lado, murió sintiéndose un fracaso al
no poder lograr cambios sociales correspondientes a sus enseñanzas – cambios
para el beneficio de la humanidad. (No obstante en su muerte fue elevado al
estatus de deidad y venerado como el Maestro por excelencia de la cultura y
civilización china.)
¿Dónde
estamos? ¡Ah sí! “Vox clamantis in deserto” – la voz protestando en el vacío,
en el desierto, donde no hay nadie para escuchar, para oír. “¿Si cae un árbol
en el bosque y no hay nadie para oírlo ha hecho un ruido, un sonido?” No. El
sonido es el resultado de la expresión mental, experiencial, de las vibraciones
del aire; el sonido no existe fuera de la percepción de un ser consciente que
lo experimente. “¿A dónde vas con esto Maestro Sennin?”, me pregunta Oyabun, el
equivalente a Mara en los Cuentos Ancestrales de Omayok el Grande, “¿Acaso ya
te rindes!” La respuesta es no… no del todo y no exactamente. La batalla ha
cambiado de frente como explicaré a continuación.
Hace
más de un mes que no escribo nada sustancial, que no contribuyo nada a bitácora
o diario. La actividad literaria definitivamente ha caído en desuso con la
embestida de cursos, casi todos científicos, en los que estoy inscrito. He
decidido tomarme la mañana (y resulta que parte de la tarde) para hablar de
ello, y de otras corrientes y contextos que fluyen en mí en este momento.
Ayer
fue un día largo, difícil y doloroso, poco más que otros días pero nada que
rebasara la escala. Ayer finalmente respondí a una actitud que quizás
anteriormente me hubiera entretenido en responder – ya no tengo ni tiempo, ni
energías, ni fuerzas, ni paciencia para andar en el lodazal mental del que
solamente quiere imponer su ignorancia con la soberbia de su postura y
justificado por el reseña del conformismo apático que dice “tengo derecho a mi
opinión.” Sí, es cierto, todos tienen derecho a su opinión, de igual forma que
todos tienen derecho de vaciar sus intestinos, pero cuando sus opiniones y sus
evacuaciones vienen a ser de la misma materia no tienen derecho de expresar sus
opiniones donde yo tenga que aguantar los resultados:
“El que no sabe y sabe que no sabe es simple, enséñale.
El que sabe y no sabe que sabe está dormido, despiértale.
El que sabe y sabe que sabe es sabio, síguele.
Pero el que no sabe y no sabe que no sabe es necio, evítale."
Antiguo Proverbio Persa
Hay demasiadas personas que simplemente "no saben que no
saben" y no quieren ni reconocer a "alguien que sabe" ni mucho
menos aprender. Declaran con orgullo y descaro – ¡la ignorancia es muy
atrevida! - su "derecho a ser necio". Pues sí, tienen ese derecho - e
igualmente tienen el derecho correspondiente de ser mediocres, superficiales,
conformistas, ignorantes, apáticos, soberbios, etc., y con esas cualidades y
atributos contribuir a todos los defectos correspondientes que se manifiestan
en las instituciones sociales que tanto aborrecemos: la mediocridad del sistema
educativo, la corrupción del gobierno, la incompetencia de los servicios
sociales, la ineficiencia del sistema económico, la indiferencia del sistema
capitalista, etc., etc., etc. Los defectos sociales no son sino una
representación exacta de la manifestación de ese derecho universal a ser
mediocre, superficial, conformista, ignorante, apático, soberbio, etc., etc.,
etc.
Confucio dijo con respecto a la ignorancia que es
mejor encender una vela que quejarse de la oscuridad. De acuerdo a ese
directivo he dedicado mi vida al estudio y a la enseñanza – SEMPER ERUDITIO -
pero cuando enfrentado con un "necio" empedernido yo también tengo un
derecho: el de evitarlo.
Enseñar al que no sabe es un deber de maestro y es
la vocación más alta a la que puede aspirar un ser humano; pero aguantar al
ignorante que no quiere aprender y que lo único que quiere es imponer su
ignorancia es de estúpidos, y esos, por derecho, sobran. Aplico ese derecho en
mi muro a mi discreción.
Gracias.
Lo
cierto es que no tengo tiempo para “entrar en el trapo” contra las necedades
ajenas como lo hacía antes, o mejor dicho, no me tomo ese tiempo porque ya
saqué de provecho lo que tenía que sacar. ¿Y qué tenía que sacar? Una base de
interacción con una muestra (¿estadísticamente significativa?) de la población.
He aprendido mucho de la mentalidad cultural durante mi trabajo de campo
virtual. Me ha evitado tener que salir a los negocios, los parques, las
tiendas, los mercados, etc., pero no por ello he dejado de hacerlo del todo. Ha
sido otra forma expediente, eficiente, eficaz de empaparme de la psicología y
de la sociología de la cultura en la que habito. He podido llevar a cabo
auténticos experimentos en los que, por ejemplo, he podido comparar el patrón
de respuestas de españoles con el de mexicanos en la misma calidad de temas, para
ver las tremendas semejanzas que de otra forma se ocultan bajo capas
superficiales de aparentes diferencias culturales – las capas existen, pero las
profundidades también. Es decir, existen ciertos patrones conductuales,
mentales, y emocionales que podemos identificar como propios de la Hispanidad completa
– a pesar de las diferencias regionales. (¿Quizás esos patrones en común correspondan
a las similitudes lingüísticas?)
He
confirmado que la ignorancia es igual de ignorante en todas partes y que a grosso
modo el ignorante es igual de apático y de soberbio en su respuesta a cualquier
tipo de crítica que no entienda y que esa regla aplica tanto a un afroamericano
en la actualidad, como a un Chino durante la rebelión de los Bóxeres, como a un
español durante la Inquisición, como a un mexicano, como a un brasileño, como a
un angloamericano en la actualidad. La bóveda de estupidez que la ignorancia
impone sobre su víctima humana – tanto para quien la hospeda como para el que
la sufre – es universalmente vil e impactante.
“¿Pero
en qué consiste realmente esa estupidez?” Buena pregunta. ¡Muy buena pregunta! Lo
cual me lleva al tema central que quizás quiera exponer aquí: la ignorancia más
grande – la estupidez – que padece el ser humano corresponde precisamente a su
falta de comprensión, de entendimiento, de Gran Entendimiento, sobre su propia
naturaleza, sobre lo que es, sobre lo que significa ser humano. Mediocre e
ignorante se nace, excelente, ilustrado e iluminado se hace.
Anteriormente
he escrito que el ser humano no nace libre, sino que nace alienado, nace
infectado, por así decirlo, por una alienación interior congénita, y que esa
alienación interior congénita es el resultado precisamente del abismo enajenador
que su propia imaginación abre dentro de su mente, alienando al ser humano de sí
mismo dentro del infinito escenario de su vida mental – dentro de lo que
llamamos la “Quinta Dimensión”. Me explicaré.
Hay
ciertos términos que yo mismo acuñé durante mis días de investigación y
estudios posgraduados en ciencias neurocognitivas en la Universidad de
California en San Diego. No he tenido tiempo de sacar el mayor provecho
comercial o publicitario de esas investigaciones, ¡pero mi carrera está aún por
clausurar! (Todavía queda tiempo.) Uno de esos términos es la “imaginocepción”.
La imaginocepción se refiere al conjunto de experiencias que la mente-cerebro
crea, ausentes de estimulación sensorial, y que corresponden en toda modalidad
posible a las percepciones (las cuales sí son el resultado de estímulo
sensorial). Soñamos y vemos, tocamos, olemos, dolemos, y a veces lo hacemos con
tanta intensidad y verosimilitud como para no darnos cuenta de que es un sueño
– eso es un ejemplo clásico de imaginocepción. Los sueños, las memorias
episódicas (de “episodios” o eventos pasados), las fantasías, las alucinaciones
psicóticas, las alucinaciones inducidas por sustancias, los viajes chamánicos,
las experiencias hipnóticas, las ideas en formas de imágenes mentales, los
planes mentales para eventos futuros, etc., todos son ejemplos de
imaginocepción. La imaginocepción, o mejor dicho, el grado y el manejo, la
manipulación de la misma, es lo que nos hace humanos. Gracias a la imaginocepción
humana la frase: “El perro pequeño mordió al gorila rosado”, puede tener
sentido. Los garabatos de la página al que nuestra cultura y civilización
reconoce como “letras” se agrupan en “palabras” que a su vez se organizan en
“frases” e invocan imágenes mentales. Para algunos esas imágenes solicitarán un
chihuahua, para otros un caniche, otros un terrier, otros ninguna raza canina
en particular pero todos los que son participes de este convenio simbólico que
es el castellano imaginaran a un can de pequeño tamaño hincando el diente en…
¿qué? ¿Un gorila de verdad pintado de rosa? ¿Uno de peluche? Lo importante es
que somos capaces instantáneamente de elaborar un escenario mental que corresponde
al significado atribuido a los símbolos descritos. De hecho no lo podemos
evitar, tanto es el impulso a la imaginocepción en nuestra especie: No piensen
en un cisne negro. Imposible. El lenguaje en cualquier forma – por escrito,
verbal, en señales de tráfico, en música, corporal, etc. – una vez comprendido,
una vez decodificado por nuestra mente-cerebro automáticamente suscita las
imágenes correspondientes a los símbolos.
¿Y
qué se precisa para esta capacidad? Entre otras cosas un deslindamiento
correspondiente y automático con el mundo perceptual, con la percepción a favor
de la activación automática de procesos imaginoceptivos. La percepción,
mediante el estímulo del sistema de órganos sensoriales nos pone en contacto
con el mundo exterior y con el cuerpo. (¡Hace años que no doy un curso de percepción
y sensación, tanto que ya se me ha olvidado mucho de lo que sé! Otro ejemplo de
por qué me estoy sumergiendo en los cursos por Internet.) La percepción es la
experiencia en el escenario de la mente, de la información que le llega a la
mente-cerebro sobre todo aquello externo a él: la posición de los pies, el olor
de la cocina, el dolor en el estómago, el calor del cuarto, el color de la
taza, el sabor del café con leche, la temperatura del líquido, etc., etc.
Podemos imaginar a la mente-cerebro como un centro de comando y control
independiente del cuerpo y separado del mundo exterior, y a la percepción como
el conjunto de toda la información que le llega a ese centro de comando y control
sobre ese cuerpo y sobre ese mundo exterior representado en “imágenes” proyectadas
en el escenario de la mente correspondientes a esa información: el dolor, la temperatura,
el tacto, la visión, la audición, el sabor, el nivel energético del cuerpo,
etc., etc. Son muchos más que seis sentidos los que tenemos; la última vez que
lo revisé eran como más de diez, pero ahora no me pidan que los enumere – no
soy un Wikipedia andante.
El
punto es que todos los animales poseen un grado de percepción de acuerdo a las
propiedades de su especie. Hay animales que no oyen, como las serpientes; otros
que tienen “radar”, como los murciélagos; o sonar como los delfines. Casi todos
los mamíferos, sino todos, tienen algo de imaginocepción, de hecho todos los mamíferos
salvo el ornitorrinco y el equidna todos sueñan, y algunos son capaces de
resolver problemas mediante una planificación que implica una manipulación de imágenes
mentales como evidencia indiscutible de su imaginación. Pero el ser humano es
el ser imaginoceptivo por excelencia y por patología obsesiva, es decir, “existimos”
casi siempre en las dimensiones infinitas acordadas por la facultad mental de
la imaginocepción que la evolución nos ha proporcionado. Nuestra mente-cerebro
es el “órgano de la imaginocepción”, tanto así que nos cuesta trabajo,
esfuerzo, disciplina, práctica, no escaparnos a las dimensiones imaginarias de
lo que he venido a acuñar “la Quinta Dimensión”.
¿Por
qué lo llamé la ‘Quinta’ dimensión? Simple, porque está más allá de las tres
dimensiones del espacio (latitud, longitud, altitud) y del tiempo. La Quinta Dimensión
es una dimensión mental, imaginaria, imaginoceptiva, no real, irreal, donde
cualquier cosa es posible: dioses, demonios, espíritus, paraísos, infiernos,
Santa Claus, duendes, elfos, etc., etc.
Es ahí donde manipulamos ideas que transforman el mundo – buenas como el
laptop, y la escritura, y el Quijote; fatales como Dios, el paraíso, el pecado
y el infierno.
La
“Quinta Dimensión” es donde el ser humano “habita” regularmente. Si no me creen
pongan atención a cuando conducen o manejan. ¿Cuánto tiempo pasan pendientes de
la carretera, de las calles, de la sensación del volante, de los pedales, del
asiento, comparado con las fantasías que recorren por sus mentes? Gracias a esa
capacidad de “disociación automática”, de separarnos instantáneamente e
involuntariamente del mundo perceptivo del “aquí y del ahora”, a favor del
mundo imaginoceptivo del “allá y entonces”, de la Quinta Dimensión, y manipular
ideas para luego transformar el mundo material de acuerdo a las mismas, que hemos
logrado sobrevivir como especie; ese fue nuestro “truco”, nuestro as en la
manga, nuestra gran herramienta en el proceso mortífero y competitivo de la
adaptación evolutiva. No fuimos biológicamente capaces de adaptarnos a nuestro
ambiente así que desarrollamos la capacidad de crear y manipular ideas (imágenes
mentales) que junto con nuestras otras facultades físicas (locomoción bípeda,
pulgares oponibles, etc.) nos permitieron modificar el ambiente de acuerdo a
nuestras necesidades. Esa fue nuestra salvación.
Pero
fue también nuestra perdición. Como el que comienza con un medicamento para
lidiar con un dolor y acaba haciéndose adictos y siervo al mismo, acabamos
creando ideas que nos han esclavizado y que amenazan con nuestra extinción. La nocividad
de esas ideas se manifiestan se pueden resumir en términos de los Tres Grandes
Engaños:
1)
La creencia de que algo pueda existir que sea permanente e inmutable – como un dios
o los dioses o el Paraíso o el Infierno.
2)
La creencia de que algo pueda existir que sea totalmente independiente y no
quedar afectado por, o no ser interdependiente con, todo lo demás – de nuevo un
Dios o los dioses, el Paraíso, o el Infierno.
3)
La creencia de que pueda haber una existencia sin adversidades, sin incomodidades,
donde no se tengan responsabilidades, deberes, y donde uno no tenga que
competir ni esforzarse – de nuevo el Paraíso.
¿Por qué surgen los Tres Grandes
Engaños? Por diversos motivos, pero central entre ellos porque somos: 1) los
únicos seres conscientes de nuestra mortalidad, 2) porque somos los únicos
seres capaces de IMAGINAR una alternativa: la inmortalidad, y 3) queremos que
esa inmortalidad sea lo más placentera de acuerdo a nuestra IMAGINACIÓN de la
misma.
¿Pero
por qué sucumbimos a los Tres Grandes Engaños cuando toda nuestra evidencia
empírica del mundo REAL la desmiente? Simple. Por evolución estamos armados con
un aparato biomental que nos permite imaginar y hacer, construir – esa es la
esencia de la creatividad. Somos esencialmente el “ser que imagina y produce de
acuerdo a esas imaginaciones”. Lo que no hemos aceptado COMO ESPECIE es que: 1)
no TODO lo que se imagina tiene correspondencia posible en el mundo real
(véanse los Tres Grandes Engaños); y sobre todo que, 2) la imaginación deber
estar AL SERVICIO del mundo real y no viceversa.
En
el 2) tocamos con el nervio esencial de la ignorancia, la soberbia y la apatía
humanas, y también del miedo, del egoísmo y de la autolástima que engendran. Las
creencias en seres y dimensiones místicas, religiosas, fantásticas nos han
servido en algunos casos para mentalmente escapar de las durezas de la vida
real; nos han servido para satisfacer nuestra curiosidad innata a modo de
muleta temporal hasta que la ciencia ha podido dar una explicación más
verosímil: ya no creemos que hay que sacrificar a seres humanos para que el sol
renazca, ya no creemos que el mundo lo sostiene un hombre plantado sobre una
tortuga montado sobre otra, etc., etc. Pero el gran problema de la creencia en
seres imaginarios (Dios, el Demonio, los dioses, los duendes, los santos, los
ángeles, etc., etc.), de dimensiones imaginarias (el Cielo, el Paraíso, el
Infierno, etc.), y de procesos imaginarios que niegan las leyes de la ciencia (los
milagros, la magia, etc.), es que DEVALÚAN LA VIDA REAL. Cuando se investiga el
por qué los pueblos más religiosos del mundo son los más miserables, los más
corruptos, los más pobres, los más dados a violar los derechos humanos, los más
intolerantes, etc., solamente hay que darse cuenta de que la creencia en el
concepto-Dios/Paraíso, en todas sus vertientes y versiones, ha servido a lo largo
de la historia universal principalmente para devaluar a la vida, devaluar al
ser humano, y devaluar a toda la naturaleza del planeta. Mientras que el ser
humano ponga el mundo material, la vida real, al servicio de su Quinta Dimensión
y no al revés, como fue el propósito de la evolución, nuestra especie solamente
continuara acelerando rumbo a su extinción, llevándose a innumerables otras
especies consigo misma. Un resultado obvio de esta devaluación es que la
religión en general, con notables excepciones, sirve primordialmente para
empeorar el trato social humano no para mejorarlo. Culturalmente, socialmente
hablando, la gente que más se presenta al ‘Gracias a Dios’ es igualmente la
gente que menos se presta a extender una mano a su prójimo para ayudarle y la
que menos da gracias al mismo cuando éste se ha esforzado en darle ayuda. Las
estadísticas mundiales lo confirman. Pregunta: ¿Dónde hay mayor cantidad de
violaciones de los derechos humanos? Respuesta: En los países más religiosos.
Es decir, la religión no solamente mata el proceso intelectual – lo cual de por
sí lleva al tercermundismo y al tercermundismo dentro del primero - sino que
simplemente hace PEORES personas. Las cárceles, las cortes y los parlamentos
corruptos de Latinoamérica y del mundo Islámico, por ejemplo, están llenos de
creyentes. La religión, con su correspondiente énfasis en dimensiones
inmortales fantásticas lleva a las personas a desvalorar la vida, a otras
personas, y al planeta en general ya que la vida se entiende como propósito para
obtener un pasaje al “Otro Mundo” no como fin en sí. Con la religión el ser
humano invierte los valores de la imaginación y de la realidad, de la vida y de
la Quinta Dimensión, poniendo la vida real al servicio de la imaginación y no viceversa.
Para el creyente los demás seres humanos, sus relaciones, el Planeta entero y
la vida misma solamente constituyen un medio – prescindible, usable, desechables
y dispensables - para lograr su objetivo más allá de su muerte. Como Abraham al
que Dios le pide que sacrifique a su hijo querido, el creyente está dispuesto a
sacrificar cualquier aspecto material, vivo o inerte, de su existencia real en
pos de su existencia imaginaria en la vida póstuma.
En breve la inmensa mayoría de la
ignorancia, de la apatía, y de la soberbia humanas están vinculadas con, surgen
de, y se mantienen gracias a la creencia en seres, dimensiones y procesos que
solamente se pueden experimentar en la Quinta Dimensión y que no tienen
confirmación, ni evidencia reproducible, ni correspondencia, ni lógica, ni
raciocinio en términos de las cuatro dimensiones del mundo real: espacio y
tiempo. Para el creyente Dios viene a ser su escape de la vida real y su
mecanismo de evasión continua para evitar tomar una responsabilidad por la
misma. Dios es lo que mantiene al tercermundismo del Tercer Mundo y del Tercer
Mundo (guetos, barriadas, etc.) en el Primero.
Palabras fáciles de comprender – Dios
no es real, el Cielo aún menos, la vida es lo único que hay que experimentar,
es lo verdaderamente sagrado – ¡pero vaya que son difíciles de aceptar,
comprender y aplicar!
El ojo que se
ve
El filo que
se corta
No preciso
escudo.