En el principio érase el nin, “espíritu bajo
disciplina,” y de ahí surgió el Sennin, el “maestro-sabio del nin,”
el maestro-estratega, el sabio-iluminado de la Quinta Dimensión.
Ubicación: RECÁMARA PRIVADA DEL PLEXO
Estado
Anímico: ENTUSIASMADO
Estado
Físico: FAVORABLE
Estado
Cognitivo: INSPIRADO
El
Ojo del Águila, el Espíritu del Carcayú: Acabo de darme cuenta de que a
veces me refiero al Instituto como al “Plexo” y a veces como al “Nexo”; ambos
son acertados. La palabra “nexo” se refiere a un “medio de conexión”, un “grupo
o serie conectados”, un “núcleo o centro”. Aplica. La palabra “plexo” se
refiere a “una estructura en forma de una red, especialmente de nervios”, y
“una combinación de partes entrelazadas”. También aplica. Combinando tenemos,
“el núcleo o centro donde se encuentra la red o combinación de partes
entrelazadas”.
Hoy, 10 de agosto, hace 31 años me
casé con Inés, la madre de mis hijos Jackie y Jimmy. Aún tenía 17 años de edad.
Hay misiones de vida que duran toda una vida y que sobrepasan fases y etapas en
la misma. El tiempo simplemente fluye inexorable e implacable hacia un único
destino para todos, pero cada uno de nosotros tiene el poder de convertir ese
destino en un objetivo digno del esfuerzo de toda una vida – o simplemente
dejarse llevar por la corriente. Todavía me queda mucho por hacer. Mi historia,
la historia de un gran personaje, aún se escribe.
Anoche en la clase de
“FITA/FMA” en la cual estamos estudiando la serie televisiva de “Roots” basada
en el libro de Alex Haley, se discutió un tema tremendamente interesante: la
cuestión del “valor”, y de la “conciencia”. Llevo unos días entreteniendo
precisamente la conclusión - a la cual
ya había llegado hace varios años – de que el tercer mundo rechaza la ciencia
para no tener que tomar conciencia de la realidad ontológica de Dios.
Etimológicamente la palabra “ciencia” viene del latín "scire", que
significa saber, conocer; “conciencia”, por lo tanto, significa literalmente
“con sapiencia” o “con conocimiento”; y la “ciencia” es la disciplina del conocimiento,
de la adquisición del saber. El tercer mundo rechaza la ciencia, rechaza el
conocimiento, porque no quiera aceptar la realidad de la irrealidad de Dios de
la misma forma en la que yo a los cuatro años de edad no quise entretener la
idea de que los dibujos animados, las caricaturas que me encantaba ver, no eran
reales. ¿Por qué es tan importante Dios para el tercermundista creyente, sobre
todo para el católico? Porque el cristianismo, siendo tradicionalmente la
religión de los esclavos y de los colonizados, da valor, valía, mérito a todos sus
creyentes solamente mediante la fe en Dios – sin mayor esfuerzo o requisito.
Mediante la fe en Dios, en Jesucristo como salvador, “todos somos iguales”
porque todos estamos hechos a “imagen y semejanza de Dios”.
El creyente, por lo tanto, no tiene por qué
esforzarse en ser excelente puesto que, según sus más íntimas creencias, es tan
importante en los ojos de Dios que cualquier otra persona, no importa los
logros, los esfuerzos, los conocimientos adquiridos, etc., etc., de éste. La
creencia en Dios pone al vividor más miserable, al criminal más deplorable, al
holgazán más despreciable a la misma altura que un Einstein, que un Picasso,
que un Da Vinci, que un Cervantes, que un Beethoven, etc., y sin mayor esfuerzo
que su “fe”. La humildad del creyente frente a Dios se convierte en una
soberbia total y completa frente al resto de la humanidad, puesto que el
cristianismo enseña que el único ser que merece nuestra admiración real es Dios
– y Él es el eterno “presente ausente” puesto que desde que murió en la cruz
nunca se ha manifestado concretamente en el mundo. Según el cristianismo, todos
los seres humanos deben atribuir su grandeza (y por conclusión su vileza
también) a Dios y el tomar orgullo por cualquier logro o atributo positivo es
“soberbia” porque uno solamente logra gracias a la bondad de Dios, no gracias a
su propio esfuerzo o talento. Para el creyente en Dios, el esfuerzo humano
carece de valor porque el alzarse a sí mismo basado en nuestros propios logros
y capacidades sería soberbia por nuestra parte ya que estos logros y
capacidades en realidad no son personales sino que son “dones” – o sea,
‘donaciones’ – obtenidos exclusivamente por la “gracia de Dios”. Todo se consigue “gracias a Dios”, nada se
consigue gracias al esfuerzo propio, a la colaboración humana, o simplemente
por la complicidad conveniente (pero neutral) del azar. Así el más bajo y
patético de todos se siente al mismo nivel que el más logrado. ¿Nos sorprende
que nuestros políticos sean unos corruptos? ¿Nos sorprende que no exista
patriotismo o heroicidad? ¿Nos sorprende que estemos tan atrasados en inventos,
en tecnología? ¡Lo sorprendente, con este sistema de valores que surge de facto
de la creencia en Dios sería que no existiera corrupción desenfrenada!
Como se concluye anteriormente, el gran problema de
ese sistema de valores cristianos/católicos es que no existe la verdadera “auto-estima”
– la estimación propia – porque la estima en la que el creyente se tiene no es
propia; el creyente carece de valor propio, sino que cualquier tipo de valor en
que se atribuyese a sí mismo deriva del valor en la que siente que tiene en los
ojos de Dios. El creyente en Dios no tiene ni autoestima ni “valor propio”,
solamente existe para él la estima que siente que tiene en los ojos de Dios, y
por lo tanto mediante su creencia en Dios. Quítale esa creencia en Dios y se da cuenta de que su valor se lo
tiene que ganar con su propio esfuerzo, que su mérito lo tiene que medir en
términos no de benevolencia divina, sino de atribución humana: ¿Qué ha hecho y
qué puede hacer? ¿Qué ha contribuido y qué más puede contribuir?
Con la “ciencia” el tercermundista tomaría
“conciencia” de su verdadero estatus de inferioridad en el mundo. Con su
creencia en Dios piensa, siente – cree – que da lo mismo la disparidad que
existe entre él y su semejante del primer mundo. Sin Dios el tercermundista, el
latino de pronto se despertaría a la realidad de que la vida para todo ser es
un esfuerzo competitivo en el cual los débiles no heredan nada – solamente el
derecho a ser explotados por el primer mundo, por las transnacionales, por sus
propios gobiernos y políticos, y por sus propias instituciones religiosas: por
la Terna Negrera. Con su creencia en Dios el latino tiene a Jesús que justifica
toda la mediocridad y ocasiona una inversión total de los valores propios de la
excelencia y de la superación:
Mateo 5
1 Viendo la muchedumbre,
subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron.
2 Y tomando la palabra,
les enseñaba diciendo:
3 «Bienaventurados los
pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
4 Bienaventurados los
mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
5 Bienaventurados los que
lloran, porque ellos serán consolados.
6 Bienaventurados los que
tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
7 Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
8 Bienaventurados los
limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
9 Bienaventurados los que
trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
10 Bienaventurados los
perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
Cielos.
11 Bienaventurados seréis
cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra
vosotros por mi causa.
12 Alegráos y regocijaos,
porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera
persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.
13 «Vosotros sois la sal
de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve
para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.
14 «Vosotros sois la luz
del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.
“Bienaventurados”, o
sea “elegidos”, “benditos”, “predestinados”, etc., sean – ¿quiénes? – todos los
más patéticos imaginables: los “pobres de espíritu”, los “mansos”, los “que
lloran”, los hambrientos y sedientos de “justicia” puesto que su “recompensa
será grande en los cielos”. O sea, Mateo 20:16: “los últimos serán primeros y los primeros, últimos” – es decir, la
“regla del ascensor” (los primeros en entrar en un ascensor son los últimos en
salir) – los que no tengan “humildad”, los que no sean sumisos ante la grandeza
de Dios, será rebajado por Dios; el que se ensalza será humillado y el que se
humilla será ensalzado. No es de extrañar que al creyente le choque la idea de
la evolución según la cual los últimos serán los primeros pero en extinguirse
no en ser ensalzados. Vemos que las creencias anti-competitivas y denegatorias
del impulso natural a la superación y a la competitividad son anti-naturales. ¿Y
así, con este sistema de valores, piensan elevar una cultura por encima del
lodo? El cristianismo así se convirtió en la religión predilecta de los esclavos
y de los colonizados porque permite al esclavo y al colonizado derivar “valor”
de los características propias de su condición. Pero más allá de eso, justifica
un conformismo a esa misma condición sumisa de servidumbre. No solamente no hay
incentivo en el tercer mundo creyente en Jesús para no levantarse, sino que
todo incentivo se impulsa para una condición de arrastrado. ¿Cómo se puede
esperar hombres fuertes, decisivos, guerreros, cuando el hombre ideal murió con
un reclamo de auto lástima en los labios? Mateo 27:34: “«¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?»”
El cristianismo enseña a venerar la autocompasión,
la debilidad, la mediocridad, la no competitividad, la ignorancia, la sumisión
a la autoridad divina, la mansedumbre, la resignación, la victimización. Todo
lo contrario a la superación, a la fuerza, al valor propio, al honor, a la
decisión, a la excelencia. El cristianismo invierte a los valores propios del
guerrero y los declara indeseables y toma a todos los valores indignos para el
guerrero y los resalta como ideales. Ahora, tomad conciencia de Latinoamérica,
de la mediocridad, de la autocompasión, de la vulgaridad, ¿verdaderamente os
sorprende?
10:48 AM
El
tema recurrente de la influencia devastadora de Dios en la cultura española e iberoamericana
resuena en mi mente haciendo innumerables contactos y conexiones a través de
tantos y tantos puntos de conocimiento y años de experiencia. Dios – Jesús en
particular – despoja, arrebata, defrauda, priva, al ser humano del crédito por sus esfuerzos.
Fomenta a su vez la envidia porque establece la idea de que todos somos iguales
y por lo tanto no meritorios de discrepancias de nivel socioeconómico,
atributos (físicos, intelectuales o morales) o reconocimientos. Todos juntos
engendran el resentimiento,
ese verme (gusano) de la “identidad sombra” – esa identidad desconocida a la persona
misma que consiste en el repositorio de todas sus debilidades, sus flaquezas, sus
vilezas y perversiones – que llevan al desagradecimiento contra aquellos que más
les ayudaron, porque al ayudar les recuerda su inferioridad, y hacia un rencor
contra aquellos dignos de admiración porque, de nuevo, son su superioridad incitan
el desfavorable análisis introspectivo.
La creencia en Dios elimina el concepto del honor,
ya que el honor está basado en un orgullo merecido (ganado por obra propia), en
el amor propio, y en el valor obtenido según la medida en la cual nos atenemos
a un “modelo guerrero” en cuanto a nuestra conducta, pensamiento, y emoción.
Aquí es donde sí vemos una divergencia entre la cultura española y la
latinoamericana. España, en su antigüedad al menos, sí poesía una larga
tradición de héroes guerreros y caballeros (Ej., el Mio Cid) – hombres de honor
– tradición, por los efectos deletéreos (nefastos) de la religión católica, que
finalmente caería en favor popular ocasionando el la obra cervantina de Don
Quijote de la Mancha, que sirve de réquiem literario o “requiescat
in pace” (“descanse en
paz”) a la memoria de la valoración cultural del guerrero, del héroe y de la heroicidad,
de honor y la distinción obtenidas por el mérito del esfuerzo propio. La única
forma en la cual el español logra tolerar la grandeza ajena viene a ser en
forma de sátira de la misma. De ahí que carecemos de una tradición cultural, a
partir de entonces, de superhéroes, muy por lo contrario que los americanos,
por ejemplo.
Los efectos de la creencia en Dios, de su adoración
y de la valoración de Jesús como el máximo modelo e ideal humano, han dejado sus
huellas innegables en la cultura latina en la forma de valores y principios que
solamente cimentan y justifican nuestro estado de degradación socioeconómica,
de estagnación científica y tecnológica (con respecto a los japoneses,
americanos, y coreanos, por ejemplo), de moralidad cuestionable, y de tercermundismo
en general. La adoración a un dios mártir y quejumbroso como modelo de conducta
es inspirador del “complejo de victima” según el cual el latino goza de llamar
la atención airando sus males y pesares al mundo – en vez de sus logros y
superaciones; la adoración de un Dios celoso y acaparador de todo mérito, avasalla
toda ambición para el orgullo por nuestros triunfos a la vez que incita la
envidia y el desprecio de los ajenos; la adoración a un Dios que promete
premiar la mediocridad por encima de la excelencia sirve para promover la
primera a expensas de la última. La adoración de un Dios que castiga al altivo
por su falta de sumisión a su grandeza provoca en la cultura el resentimiento
contra cualquiera que sobresalga por talento, merito y esfuerzo propio. Comparen
a Jesús, el modelo cristiano del “hombre ideal”, con el Samurái/ninja –
guerrero iluminado – como paradigma venerado y emulado por los japoneses. Ahora
consideren culturalmente los resultados.
Necesitamos un nuevo modelo de hombre, al
sabio-guerrero iluminado. Al hombre auto-suficiente pero cumplido; fuerte pero
compasivo; físico pero intelectual; dinámico pero poético; moral pero sensual; sobrehumano
(por encima de la “norma”) y heroico y pero no supernatural.
El ojo que se ve
El filo que se corta
No preciso escudo.