viernes, 10 de agosto de 2012

Viernes, 10 de agosto, 2012 REPORTE INICIADO A LAS 6:22 AM

En el principio érase el nin, “espíritu bajo disciplina,” y de ahí surgió el Sennin, el  “maestro-sabio del nin,” el maestro-estratega, el sabio-iluminado de la Quinta Dimensión. 

Ubicación: RECÁMARA PRIVADA DEL PLEXO
Estado Anímico: ENTUSIASMADO
Estado Físico: FAVORABLE
Estado Cognitivo: INSPIRADO

El Ojo del Águila, el Espíritu del Carcayú: Acabo de darme cuenta de que a veces me refiero al Instituto como al “Plexo” y a veces como al “Nexo”; ambos son acertados. La palabra “nexo” se refiere a un “medio de conexión”, un “grupo o serie conectados”, un “núcleo o centro”. Aplica. La palabra “plexo” se refiere a “una estructura en forma de una red, especialmente de nervios”, y “una combinación de partes entrelazadas”. También aplica. Combinando tenemos, “el núcleo o centro donde se encuentra la red o combinación de partes entrelazadas”. 

            Hoy, 10 de agosto, hace 31 años me casé con Inés, la madre de mis hijos Jackie y Jimmy. Aún tenía 17 años de edad. Hay misiones de vida que duran toda una vida y que sobrepasan fases y etapas en la misma. El tiempo simplemente fluye inexorable e implacable hacia un único destino para todos, pero cada uno de nosotros tiene el poder de convertir ese destino en un objetivo digno del esfuerzo de toda una vida – o simplemente dejarse llevar por la corriente. Todavía me queda mucho por hacer. Mi historia, la historia de un gran personaje, aún se escribe.

            Anoche en la clase de “FITA/FMA” en la cual estamos estudiando la serie televisiva de “Roots” basada en el libro de Alex Haley, se discutió un tema tremendamente interesante: la cuestión del “valor”, y de la “conciencia”. Llevo unos días entreteniendo precisamente la conclusión  - a la cual ya había llegado hace varios años – de que el tercer mundo rechaza la ciencia para no tener que tomar conciencia de la realidad ontológica de Dios. Etimológicamente la palabra “ciencia” viene del latín "scire", que significa saber, conocer; “conciencia”, por lo tanto, significa literalmente “con sapiencia” o “con conocimiento”; y la “ciencia” es la disciplina del conocimiento, de la adquisición del saber. El tercer mundo rechaza la ciencia, rechaza el conocimiento, porque no quiera aceptar la realidad de la irrealidad de Dios de la misma forma en la que yo a los cuatro años de edad no quise entretener la idea de que los dibujos animados, las caricaturas que me encantaba ver, no eran reales. ¿Por qué es tan importante Dios para el tercermundista creyente, sobre todo para el católico? Porque el cristianismo, siendo tradicionalmente la religión de los esclavos y de los colonizados, da valor, valía, mérito a todos sus creyentes solamente mediante la fe en Dios – sin mayor esfuerzo o requisito. Mediante la fe en Dios, en Jesucristo como salvador, “todos somos iguales” porque todos estamos hechos a “imagen y semejanza de Dios”.

El creyente, por lo tanto, no tiene por qué esforzarse en ser excelente puesto que, según sus más íntimas creencias, es tan importante en los ojos de Dios que cualquier otra persona, no importa los logros, los esfuerzos, los conocimientos adquiridos, etc., etc., de éste. La creencia en Dios pone al vividor más miserable, al criminal más deplorable, al holgazán más despreciable a la misma altura que un Einstein, que un Picasso, que un Da Vinci, que un Cervantes, que un Beethoven, etc., y sin mayor esfuerzo que su “fe”. La humildad del creyente frente a Dios se convierte en una soberbia total y completa frente al resto de la humanidad, puesto que el cristianismo enseña que el único ser que merece nuestra admiración real es Dios – y Él es el eterno “presente ausente” puesto que desde que murió en la cruz nunca se ha manifestado concretamente en el mundo. Según el cristianismo, todos los seres humanos deben atribuir su grandeza (y por conclusión su vileza también) a Dios y el tomar orgullo por cualquier logro o atributo positivo es “soberbia” porque uno solamente logra gracias a la bondad de Dios, no gracias a su propio esfuerzo o talento. Para el creyente en Dios, el esfuerzo humano carece de valor porque el alzarse a sí mismo basado en nuestros propios logros y capacidades sería soberbia por nuestra parte ya que estos logros y capacidades en realidad no son personales sino que son “dones” – o sea, ‘donaciones’ – obtenidos exclusivamente por la “gracia de Dios”.  Todo se consigue “gracias a Dios”, nada se consigue gracias al esfuerzo propio, a la colaboración humana, o simplemente por la complicidad conveniente (pero neutral) del azar. Así el más bajo y patético de todos se siente al mismo nivel que el más logrado. ¿Nos sorprende que nuestros políticos sean unos corruptos? ¿Nos sorprende que no exista patriotismo o heroicidad? ¿Nos sorprende que estemos tan atrasados en inventos, en tecnología? ¡Lo sorprendente, con este sistema de valores que surge de facto de la creencia en Dios sería que no existiera corrupción desenfrenada!

Como se concluye anteriormente, el gran problema de ese sistema de valores cristianos/católicos es que no existe la verdadera “auto-estima” – la estimación propia – porque la estima en la que el creyente se tiene no es propia; el creyente carece de valor propio, sino que cualquier tipo de valor en que se atribuyese a sí mismo deriva del valor en la que siente que tiene en los ojos de Dios. El creyente en Dios no tiene ni autoestima ni “valor propio”, solamente existe para él la estima que siente que tiene en los ojos de Dios, y por lo tanto mediante su creencia en Dios. Quítale esa creencia  en Dios y se da cuenta de que su valor se lo tiene que ganar con su propio esfuerzo, que su mérito lo tiene que medir en términos no de benevolencia divina, sino de atribución humana: ¿Qué ha hecho y qué puede hacer? ¿Qué ha contribuido y qué más puede contribuir?

Con la “ciencia” el tercermundista tomaría “conciencia” de su verdadero estatus de inferioridad en el mundo. Con su creencia en Dios piensa, siente – cree – que da lo mismo la disparidad que existe entre él y su semejante del primer mundo. Sin Dios el tercermundista, el latino de pronto se despertaría a la realidad de que la vida para todo ser es un esfuerzo competitivo en el cual los débiles no heredan nada – solamente el derecho a ser explotados por el primer mundo, por las transnacionales, por sus propios gobiernos y políticos, y por sus propias instituciones religiosas: por la Terna Negrera. Con su creencia en Dios el latino tiene a Jesús que justifica toda la mediocridad y ocasiona una inversión total de los valores propios de la excelencia y de la superación:  

Mateo 5
1 Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron.
2 Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo:
3 «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
4 Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
5 Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
8 Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
9 Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
10 Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
11 Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
12 Alegráos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.
13 «Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.
14 «Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.

            “Bienaventurados”, o sea “elegidos”, “benditos”, “predestinados”, etc., sean – ¿quiénes? – todos los más patéticos imaginables: los “pobres de espíritu”, los “mansos”, los “que lloran”, los hambrientos y sedientos de “justicia” puesto que su “recompensa será grande en los cielos”. O sea, Mateo 20:16: “los últimos serán primeros y los primeros, últimos” – es decir, la “regla del ascensor” (los primeros en entrar en un ascensor son los últimos en salir) – los que no tengan “humildad”, los que no sean sumisos ante la grandeza de Dios, será rebajado por Dios; el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado. No es de extrañar que al creyente le choque la idea de la evolución según la cual los últimos serán los primeros pero en extinguirse no en ser ensalzados. Vemos que las creencias anti-competitivas y denegatorias del impulso natural a la superación y a la competitividad son anti-naturales. ¿Y así, con este sistema de valores, piensan elevar una cultura por encima del lodo? El cristianismo así se convirtió en la religión predilecta de los esclavos y de los colonizados porque permite al esclavo y al colonizado derivar “valor” de los características propias de su condición. Pero más allá de eso, justifica un conformismo a esa misma condición sumisa de servidumbre. No solamente no hay incentivo en el tercer mundo creyente en Jesús para no levantarse, sino que todo incentivo se impulsa para una condición de arrastrado. ¿Cómo se puede esperar hombres fuertes, decisivos, guerreros, cuando el hombre ideal murió con un reclamo de auto lástima en los labios? Mateo 27:34: “«¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?»”

El cristianismo enseña a venerar la autocompasión, la debilidad, la mediocridad, la no competitividad, la ignorancia, la sumisión a la autoridad divina, la mansedumbre, la resignación, la victimización. Todo lo contrario a la superación, a la fuerza, al valor propio, al honor, a la decisión, a la excelencia. El cristianismo invierte a los valores propios del guerrero y los declara indeseables y toma a todos los valores indignos para el guerrero y los resalta como ideales. Ahora, tomad conciencia de Latinoamérica, de la mediocridad, de la autocompasión, de la vulgaridad, ¿verdaderamente os sorprende?

10:48 AM
            El tema recurrente de la influencia devastadora de Dios en la cultura española e iberoamericana resuena en mi mente haciendo innumerables contactos y conexiones a través de tantos y tantos puntos de conocimiento y años de experiencia. Dios – Jesús en particular – despoja, arrebata, defrauda, priva,  al ser humano del crédito por sus esfuerzos. Fomenta a su vez la envidia porque establece la idea de que todos somos iguales y por lo tanto no meritorios de discrepancias de nivel socioeconómico, atributos (físicos, intelectuales o morales) o reconocimientos. Todos juntos engendran el resentimiento, ese verme (gusano) de la “identidad sombra” – esa identidad desconocida a la persona misma que consiste en el repositorio de todas sus debilidades, sus flaquezas, sus vilezas y perversiones – que llevan al desagradecimiento contra aquellos que más les ayudaron, porque al ayudar les recuerda su inferioridad, y hacia un rencor contra aquellos dignos de admiración porque, de nuevo, son su superioridad incitan el desfavorable análisis introspectivo.   

La creencia en Dios elimina el concepto del honor, ya que el honor está basado en un orgullo merecido (ganado por obra propia), en el amor propio, y en el valor obtenido según la medida en la cual nos atenemos a un “modelo guerrero” en cuanto a nuestra conducta, pensamiento, y emoción. Aquí es donde sí vemos una divergencia entre la cultura española y la latinoamericana. España, en su antigüedad al menos, sí poesía una larga tradición de héroes guerreros y caballeros (Ej., el Mio Cid) – hombres de honor – tradición, por los efectos deletéreos (nefastos) de la religión católica, que finalmente caería en favor popular ocasionando el la obra cervantina de Don Quijote de la Mancha, que sirve de réquiem literario o “requiescat in pace” (“descanse en paz”) a la memoria de la valoración cultural del guerrero, del héroe y de la heroicidad, de honor y la distinción obtenidas por el mérito del esfuerzo propio. La única forma en la cual el español logra tolerar la grandeza ajena viene a ser en forma de sátira de la misma. De ahí que carecemos de una tradición cultural, a partir de entonces, de superhéroes, muy por lo contrario que los americanos, por ejemplo.

Los efectos de la creencia en Dios, de su adoración y de la valoración de Jesús como el máximo modelo e ideal humano, han dejado sus huellas innegables en la cultura latina en la forma de valores y principios que solamente cimentan y justifican nuestro estado de degradación socioeconómica, de estagnación científica y tecnológica (con respecto a los japoneses, americanos, y coreanos, por ejemplo), de moralidad cuestionable, y de tercermundismo en general. La adoración a un dios mártir y quejumbroso como modelo de conducta es inspirador del “complejo de victima” según el cual el latino goza de llamar la atención airando sus males y pesares al mundo – en vez de sus logros y superaciones; la adoración de un Dios celoso y acaparador de todo mérito, avasalla toda ambición para el orgullo por nuestros triunfos a la vez que incita la envidia y el desprecio de los ajenos; la adoración a un Dios que promete premiar la mediocridad por encima de la excelencia sirve para promover la primera a expensas de la última. La adoración de un Dios que castiga al altivo por su falta de sumisión a su grandeza provoca en la cultura el resentimiento contra cualquiera que sobresalga por talento, merito y esfuerzo propio. Comparen a Jesús, el modelo cristiano del “hombre ideal”, con el Samurái/ninja – guerrero iluminado – como paradigma venerado y emulado por los japoneses. Ahora consideren culturalmente los resultados.

Necesitamos un nuevo modelo de hombre, al sabio-guerrero iluminado. Al hombre auto-suficiente pero cumplido; fuerte pero compasivo; físico pero intelectual; dinámico pero poético; moral pero sensual; sobrehumano (por encima de la “norma”) y heroico y pero no supernatural.


El ojo que se ve
El filo que se corta
No preciso escudo. 

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