domingo, 23 de octubre de 2011

Domingo, 23 de octubre, 2011 REPORTE DIARIO

En el principio érase el nin, “espíritu bajo disciplina,” y de ahí surgió el Sennin, el  “maestro-sabio del nin,” el maestro-estratega, el sabio-iluminado de la Quinta Dimensión. 

Ubicación: Sala central de estudio e investigación.
Estado Anímico: Favorable.
Estado Físico: Satisfactorio.
Estado Cognitivo: Lúcido.

El Ojo del Águila, el Espíritu del Carcayú: Anoche, esta madrugada más bien, soñé que entraba en una cueva cuyas paredes exteriores y entrada estaban recubiertas del depósito acumulado de los sedimentos negativos del espíritu humano, sedimentos que me recordaban al guano de los murciélagos y que consistían de los restos, del detrito de la maldad, del egoísmo, de la ignorancia, del miedo, de la soberbia, y de la mezquindad humanas. Entré por mi propia voluntad, para conocer su interior; entré a pesar de que la entrada estaba estrecha y cerrándose y a pesar de que por naturaleza – y por experiencia – no me gusta entrar en lugares donde antes no encuentro una salida conveniente y fácilmente asequible. Entré porque sentía que tenía que hacerlo, porque sentía la experiencia era precisa, porque sentía que de alguna forma podría hacer una diferencia. Me arrastré por la angosta entrada y cuando me di cuenta de que no había nada dentro, solamente un gran vacío, frio, oscuro, y maloliente que generaba todo el sedimento que cubría no solamente las paredes exteriores y la entrada, sino también las paredes interiores, me di cuenta de que la salida estaba ya demasiado estrecha ya para que saliera. Sabía – era consciente de – que era un sueño, y que podría haberlo reventado todo – cueva y salida – con mi mera voluntad pero en el instante decidí que no, que debía sentirme empapado del impacto de esa desesperación humana de no poder encontrar salida a esa tremenda situación existencial ajena a la cual yo mismo me adentré. ¿Por qué? ¿Por qué debía sentir? (Porque dejé de ser humano hace siglos de vuestro tiempo.) En un instante de tiempo supe que debía sentir antes de salir, que debía sentir en forma de relámpago el impacto de ese dolor existencial, al cual ya soy inmune, para poder empatizar mejor con la disfunción que me rodea con su ignorancia, su apatía, su miedo, ¡siempre su maldito miedo!, y su soberbia – todo lo cual admito que a veces me harta. Pero eso es el tercer mundo, y no poca parte del primer mundo también.

Al igual que la cueva de mi sueño, salir de aquí está a mi entera disposición – quizás de momento no físicamente, pero eso es cuestión de tiempo – pero si mentalmente. Y si me voy de aquí sin haber dejar exitosamente asentado una salida a la condición del mexicano, del latinoamericano, del tercermundista, del tercermundista en el primer mundo habré fallado tremendamente en mi misión. ¿Cuál es la condición del mexicano? Octavio Paz lo describió en términos del “Laberinto de la Soledad”, pero yo, como “neo-místico” que soy, lo siento de forma más cruda: una cueva de guano espiritual humano La condición existencial del mexicano es esa cueva oscura, fría, apestosa y ante todo vacía, recubierta del detrito de su tormento existencial; es el vacío que conllevan tantos – sino todos – por dentro, el vacío que encierra a cada uno en una vida que es la muerte y de donde la salida misma se les niega debido al detrito acumulado de infinitos actos, pensamientos, y sentimientos miedo, de odio, de resentimiento, de maldad, de vileza, de bajeza, de la pobreza de espíritu que es su existencia diaria. Les lleva a todo tipo de escapes falsos en forma supersticiones, de rituales mágicos, de esquemas esotéricos, y de fantasías absurdas e insostenibles y que siempre les lleva más y más adentro de sus cuevas pero nunca a la salida.

Tuve, he tenido, tengo, la oportunidad de experimentar esas cuevas existenciales ajenas mediante un contacto directo interactuando, viviendo y conviviendo con individuos y con familias de esta cultura, sintiendo el fétido frio interior de su cueva individual y de la colectiva que llaman “familia” pero que en ningún momento lo es en realidad porque esta es tierra sin amor; es una cultura que no sabe amar, y que no sabe de honor, ni de lealtad, ni de entrega, ni de compromiso.

¿Cómo me atrevo a decir eso? Es pura matemática. El verdadero amor entrega un regalo de uno mismo que siempre, aun en ausencia, sigue regalando: la identidad. Recientemente en una entrevista de televisión le expliqué a la entrevistadora que la paz, la serenidad, la armonía espiritual se lograba cuando lo que debemos ser y hacer y lo que queremos ser y hacer son una misma cosa: deber y querer. Para eso es preciso tener una identidad que conlleva una misión de vida. Sin saber cuál es nuestro deber en el cosmos, ¿cómo vamos saber si cumplimos con él? ¿Cómo vamos a saber lo que debemos querer si no tenemos idea de nuestro deber? Cuando se le da a un individuo – hijo, alumno, discípulo, aprendiz – una identidad y los medios para cultivarse de acuerdo con ella, se le ofrece el regalo que sigue regalando siempre. Cuando se le consiente, o se le compra un regalo, o se le da de comer, o se le da un abrazo, es una sensación que dura lo que duran sus momentos. Cualquiera puede consentir, regalar, dar de comer, o abrazar a un hijo, pero invertir de uno mismo lo necesario para moldear al individuo, para forjar su carácter, para adiestrar su mente – para darle una identidad – eso requiere verdadero compromiso, conocimiento, constancia, es decir, requiere entrega total: requiere amor. ¿Dónde se ve eso en esta sociedad? Al contrario: se repele como un abuso y se aborrece como un deseo malévolo de dominar. Lo más importante que me dieron mis padres fueron las bases de quienes soy, y no fueron lecciones con frecuencia gratas, ni amenas, ni en el momento bien recibidas por mí. Ese tipo de entrega si merece – y requiere – respeto, lealtad, y reconocimiento. Familia es como familia hace. Padre, madre, hermano, primo, tío, son todos títulos que van acompañados de responsabilidades, deberes, autoridades, privilegios, etc., y el que no cumple con su función no merece el titulo. ¿Dónde está ese conocimiento en esta cultura que indique cuales son las responsabilidades y los deberes de cada una de esas posiciones familiares? No lo hay. De hecho, gran parte del proyecto de Confucio fue precisamente el de establecer la necesidad de delinear las responsabilidades sociales y familiares para que las personas supieran cumplir con su deber. MAMBA es el único programa integral del paradigma humano que se adentra en lo psicológico-espiritual y también en lo social-cultural. De hecho, donde ahora solamente hay cuevas, hay todo un patrimonio psicológico-social-cultural que construir, o al menos hay que dejar establecidos los planos para el mismo; la construcción la dejo a los maestros de la albañilería del futuro.

El ojo que se ve
El filo que se corta
No preciso escudo.

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