sábado, 25 de febrero de 2012

Sábado, 25 de febrero, 2012 REPORTE INICIADO A LAS 8:32 AM: “Tiempos de carcayú”

En el principio érase el nin, “espíritu bajo disciplina,” y de ahí surgió el Sennin, el  “maestro-sabio del nin,” el maestro-estratega, el sabio-iluminado de la Quinta Dimensión. 

Ubicación: RECAMARA PRIVADA
Estado Anímico: SATISFECHO
Estado Físico: ACEPTABLE, AÚN CON TENDINITIS EN EL ANTEBRAZO/CODO IZQUIERDO
Estado Cognitivo: LÚCIDO

El Ojo del Águila, el Espíritu del Carcayú: Entre marchas – cambiando de VIPERS a Julio Wolf – y sintiendo como una zozobra mental en el proceso del cambio tan extremo de actividades. Debo confesar que la lesión de mi codo/antebrazo izquierdo que me impide hacer dominadas (barras) me incomoda ya que siempre han sido mis ejercicios favoritos, el chocolate de mi rutina de entrenamiento muscular. En fin, paciencia y a esperar que se recupere y baje la inflamación. ¡Agh! Hace tanto que no escribo aquí. Hoy en día llevo un ritmo ultra acelerado en el cual cada otro día es viernes de nuevo y las semanas corren como el viento. ¡Rayos! Estoy helado, sobre todo del lado izquierdo del torso. ¿Cómo es posible? Nada que un café con leche no pueda arreglar – eso y algo de ejercicio y hasta una sudadera más.

9:20… He dado varias vueltas a diferentes temas hasta el punto de iniciar una anotación a la igualmente abandonada Bitácora. En el caso presente no es por falta de asuntos que enmudeció la lira, sino por un exceso que embotella la producción. OK, lo diré: estoy cabreado. Sí, y me importa un bledo lo que podáis pensar de que “¡Oh! ¡Shodai está enojado! ¡Qué poco ‘Iluminado’ de su parte! ¿Los Iluminados se alteran?”  Para aquellos necios que podáis sostener tales posturas e incógnitas os aseguraré que la Iluminación no es una lobotomía, sino un cambio de perspectiva radical ante la realidad del ser y del estar: puedo estar furioso e indiferente a la vez sin incongruidades ni disonancias. El Buda se enojaba ante la estupidez, y Jesús se enfureció ante la explotación del “Templo de su Padre” – Juan 2, 13-16:

13 Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.
14 Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos.
15 Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas;
16 y dijo a los que vendían palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado.»

            Toda mi vida he experimentado el doble-estándar del hombre blanco/europeo con respecto a las razas de color – ya sean las asiáticas, las africanas, las latinoamericanas, etc. No importa: si no es blanco – europeo o angloamericano en particular – se le tacha de inferior. En la literatura los escritores latinoamericanos se han destacado en las últimas varias décadas por encima de la mediocridad peninsular, ganando hasta premios Nobel por la calidad de su obra, y sin embargo el español típico sigue despreciando el estilo “sudaca” – término despectivo para referirse a un latinoamericano – como si fuese una aberración degradante de su preciado castellano, como si aún estuviéramos en el Siglo de Oro con la presencia de Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Quevedo, Góngora, etc. Esos tiempos se van “para no volver” pero el español típico se aferra a su superioridad condescendiente con la que tacha inmediatamente, sin objetividad ni imparcialidad, cualquier obra que surja de la “Vorágine” del Nuevo Mundo hispano. Alaban por su parte a Arturo Pérez Reverte, autor de “Alatriste”, como si fuese el Genio Letrado en persona a pesar de que la verdad es obvia: la película de Alatriste es una gran obra de arte, mi película favorita, y fue tremendamente criticada en España por el “acento” de Viggo Mortensen, por comprimir varias novelas en un solo filme, etc. Tanto se me habló de que la novela era superior a la película que me pareció que debería ser fantástica – hasta que la leí y ¡plop!, mi gozo en un pozo: nada de literatura tiene y Pérez Reverte será buen periodista – se le nota en su estilo – pero como escritor de literatura no le llega ni a la suela del zapato a una larga lista de autores latinoamericanos como Octavio Paz, Borges, García Márquez, Isabel Allende, Julio Cortázar, Miguel Ángel Asturias, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, etc., etc., etc., punto y final, ¡ole! y ¡órale!


El racismo es una tendencia arraigada en el inconsciente y que se manifiesta de tantas maneras, muchas de las cuales son invisibles tanto para el racista como para el discriminado. Los blancos – angloamericanos, europeos, y españoles inclusive –  aceptan “el genio del genio” cuando se trata de figuras europeas; a nadie se le ocurriría tachar a Beethoven o a Mozart o a Picasso o a Newton o a Miguel Ángel o a Leonardo de arrogantes o de soberbios, mucho menos de ‘prepotentes’, al declararse “los mejores” en sus respectivas disciplinas de su época: todos dan por sentado que la genialidad exige, permite y demanda. Pero cuando Mohammed Ali se declaraba “el Más Grande” – lo cual demostró ser en sucesivas ocasiones – fue tachado de “prepotente”, de “arrogante”, de “soberbio”, etc. Es como si de un blanco se puede aceptar la prerrogativa de la superioridad pero no a alguien de color – no, a nosotros nos toca ser sumisos, humildes, y modestos, pero ellos, los europeos y sus descendientes blancos, tienen derecho a ostentar sus logros y a exigir sus aclames. Últimamente, desde los tiempos de Mohammed Ali, esta restricción a la humildad se ha visto alzada, gracias a Michael Jordan y a Michael Jackson, en ambas la categoría de logros deportivos y musicales, respectivamente: en las categorías del entretenimiento pero no del logro intelectual – literario, filosófico y mucho menos científico. Y estas actitudes predeterminantes, prejudiciales y a la vez perjudiciales, no tienen límites ni conocen barreras: se dan hasta en el caso del trato de relaciones amistosas e íntimas.

Pero estos prejuicios no están sin precedentes ni contexto: ¿cuántos grandes filósofos y científicos hemos producido los de color – cualquier color – en los últimos dos o tres siglos en comparación al dominio de blanco europeo? De ahí que mis padres, que desde mi más temprana edad descubrieron en mí unas capacidades físicas y sobre todo mentales inauditas, me vetaron el paso hacia las carreras deportivas o artísticas: “El mundo no necesita a más Negros lanzando pelotas o cantando en un escenario. Destácate por el uso de tu cerebro.” No se trata de orgullo, sino de respeto; no se trata de arrogancia, sino de dignidad. Si los mestizos, mulatos, zambos, negros, y amerindios queremos que nos dejen de ver como inferiores nos toca demostrar que no lo somos: en la vida nadie te da nada – te lo tienes que ganar.

No importa cuán sublime mi poesía, ni cuán profundo mi argumento, ni cuan excelsa mi narrativa, ni cuan sofisticadas mis técnicas de entrenamiento o de superación personal, lo que importa en la carrera de la superioridad intelectual son las matemáticas y las ciencias – lo cual nos lleva a VIPERS. Recientemente cuando me comuniqué con un viejo, y más querido imposible, amigo español sobre el tema sus reacciones iniciales fueron: “¿Estás jugando a ser un gurú informático?” y “¿Ya has tenido experiencias en ese campo?” Y a pesar de que luego, después de unas replicas por mi parte, tuviera que retractarse y recalcar: “Vd. perdone Shodai, me estás malinterpretando y olvidando que sé de tus "andanzas" y "devaneos" con las computadoras desde hace décadas”, el escepticismo del hombre blanco ante la capacidad intelectual del de color es una premisa firmemente establecida en su cosmovisión, en su paradigma del mundo, del universo, y de su posición “privilegiada” en él. Bien. Acepto el reto. Y como le dije a mi amigo en cuanto a mis credenciales en el campo de las ciencias de la informática y del análisis de sistemas: “VIPERS hablará por mí”. Y los que es seguro es que cuando VIPERS hable será con un bramido tan ensordecedor que divulgará una nueva era y el final de la percepción del dominio intelectual anglo-americano y del europeo. Sigo en pie de Guerra.

El ojo que se ve
El filo que se corta
No preciso escudo. 

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